Viernes, 8:00 pm
Mónica llegó hotel Hyatt, apenas cruzó la puerta de entrada su cabeza se atosigó por las numerosas voces que clamaban desesperadas la falta de rapidez para darles una habitación. Pensó que probablemente habría una convención, en cualquier caso no le importaba. Estaba agotada después de un largo día de trabajo y solo quería relajarse y pasar un buen rato. Por suerte para ella no tuvo que formarse con el resto. En su bolso llevaba la tarjeta de la suite 1115.
Subió en el ascensor hasta el décimo piso y entró a la habitación. Se quitó la gabardina negra y la dejó sobre la cama, al igual que la pequeña maleta que llevaba consigo. Como era de costumbre ordenó una botella de vino. Quince minutos más tarde el camarero llamó a la puerta, al mismo tiempo el celular de Mónica vibró dejando un mensaje en la pantalla: “Voy retrasado, ponte cómoda y ordena lo que quieras, yo invito”. Típico de Ramón, pensó.
Quizo suponer que a lo mucho tardaría una hora en llegar, seguramente si ambos hubieran sabido cómo terminaría esa noche, sus próximas desiciones habrían sido distintas. Con la copa en la mano, Mónica se miró en el espejo del baño perdiéndose en sus recuerdos …
Había conocido a Ramón hacia más de un año en el bar del hotel, ella esperaba a una amiga, él solo mataba el tiempo antes de irse al aeropuerto. Una tormenta forzó a ambos a cambiar de planes, ella creyó que era el destino, él una casualidad afortunada. Se quedaron hasta tarde conversando de trivialidades. Él vio en ella frescura, coquetería, sensualidad e inteligencia, todo lo que apreciaba en una mujer. Ella lo encontró encantador, atractivo y todo un caballero como el que su madre siempre le sugirió que buscara para casarse, era una pena ya lo estuviera con alguna otra. Él nunca le ocultó su matrimonio, a ella no le importó.
Mónica sonrió a su reflejo, abrió la llave de la tina y mientras esperaba a que se llenara comenzó a desnudarse, dejando que la ropa cayera donde quisiera. Una vez adentro el calor del vapor la regresó a esa primera noche que pasaron juntos en la suite 1115 …
Subieron dando tropezones a ciegas, temían que si abrían los ojos ese encuentro no fuera más que en sueño, cuando al fin lograron entrar en la habitación dejaron los principios morales en la puerta y dieron paso a una pasión descomunal, memorizando con prisa el cuerpo del otro temiendo que el tiempo no fuera suficiente, dejando besos invisibles y caricias escondidas, aferrándose al presente que amenazaba con convertirse en pasado. A la mañana siguiente se despidieron en la puerta con timidez, jurando en secreto que lo que ocurrió se quedaría en la sábanas, esperando que su pecado se lavara junto con ellas.
El corazón de Mónica amenazaba con salirse de su pecho, el cuerpo entero le hormigueaba siempre que rememoraba sus encuentros con Ramón. Salió de la tina, se envolvió en una de las esponjadas toallas y caminó hasta su maleta, extrajo de ella el nuevo juego de lencería que compró el fin de semana pasado. Después de servirse la segunda copa de vino, volvió al baño para secarse el cabello, su mirada volvió a extraviarse mientras sonreía ante el nuevo recuerdo que acudía a su memoria …
El siguiente viernes volvieron a encontrarse, ambos se mintieron a si mismos creyendo que era cosa del destino que estaba empeñado en juntarlos, sin embargo la verdad es que ambos fueron con la esperanza de volver a verse. Y bien dicen que el que busca: encuentra. Esta vez no perdieron el tiempo en el bar, fueron directo a su habitación, dejando a un lado los juegos de adolescentes que temen ser sorprendidos, se tomaron el tiempo de mirarse a los ojos, dándole paso a la ternura que salió sin miedo de las yemas de sus dedos. Cuando el sábado llegó junto con la hora de la despedida, Ramón le propuso el típico trato entre dos amantes, donde el secreto debía prevalecer, él no dejaría a su esposa, pero si ella quería podían encontrarse cada viernes en esa habitación que básicamente le pertenecía. Le entregó una tarjeta y se despidió sin esperar respuesta, rogando al cielo y quien escuchara allá arriba que ella aceptara. Siete días después, ella ya lo estaba esperando cuando él entró a la habitación.
Un nuevo mensaje la trajo de vuelta a la realidad, al parecer Ramón tardaría una hora más de lo previsto por causa del tráfico. Con la tercera copa de vino, Mónica se preguntó si le estaría diciendo la verdad, su mente le jugó una mala pasada haciéndole pensar que en realidad estaba con su esposa, quizá en una cena con los suegros. Pensó en la propuesta de antaño, continuaba sin poder explicarse a sí misma porque aceptó conformarse con las migajas de amor que ese hombre le ofrecía.
Lo amaba de eso no tenía duda, como tampoco tenía duda de que esa “relación” no podría durar para siempre. Ella soñaba con tener hijos, él ya los tenía. Ella quería casarse, él ya lo estaba. Ella deseaba formar una familia, viajar con ellos y dedicarles su vida, él ya lo hacía.
Había intentado salir con otros hombres, buscando en ellos el amor que Ramón no podría darle nunca. Pero cada viernes, con cada encuentro se daba cuenta que le era imposible entregarse a alguien más mientras Ramón estuviese en su vida. Podía hacer muchas cosas a la vez, como ver la televisión y leer un libro, pero amar a dos personas era algo para lo que no nació. Se preguntaba si Ramón lo hacía, si era capaz de amarlas a ella y a su esposa, o solo amaba a la mujer con la que se casó y ella simplemente era un escape de la rutina.
Tal vez fueron las copas de vino, tal vez fueron los recuerdos que se presentaron en ausencia de su amante o quizá tres horas de espera resultó demasiado para ella. Por primera vez fue consciente que eso no era lo que quería ni merecía. Tenía que soltarlo y alejarse para siempre. Antes de darse tiempo de recapacitar, se vistió, recogió sus cosas, dejó la tarjeta sobre la cama y salió de la habitación. Debía marcharse antes de que él llegara (si es que lo hacía), de lo contrario su cordura cedería ante los impulsos pasionales y se vería atrapada nuevamente en las garras de un romance sin futuro.
Viernes, 11:00 pm
Ramón cruzó a paso veloz el lobby del hotel, presionó con fuerza el botón del décimo piso dejando las maletas en el suelo para descansar un poco. Le sudaban las manos como resultado de la ansiedad y la emoción por ver a Mónica. No podía contener las ganas de besarla esta vez como un hombre libre. Al fin había decidido divorciarse de su esposa, desde que Mónica había entrado en su vida, algo en él cambio. Ella le mostró por accidente lo infeliz que era en su relación, lo cansado que estaba de aparentar un amor que no sentía. Y aunque al principio su ahora ex esposa le odiaba, al final ambos habían acordado una separación madura, resultó que ella tampoco era feliz en su papel de esposa devota. Él le dejaría la casa y seguiría haciéndose cargo de todos los gastos, por lo mientras se iría al hotel Hyatt. No se le ocurría un mejor lugar donde iniciar que aquel donde un año atrás había vuelto a ser feliz.
Entró a la suite pidiendo disculpas al aire, al encender la luz lo recibió una habitación sin vida, con la tarjeta de acceso esperándole sobre la cama. No había una nota ni rastro alguno de Mónica, salvo por la botella de vino casi vacía y una copa de cristal con sus labios marcados.
Devastado se sentó sobre la cama, sacó del bolsillos derecho de su saco el motivo de su atraso, una pequeña caja de Tiffany que contenía el anillo de compromiso para su amada. Lo había comprado esa misma tarde pero en su emoción lo olvidó en la oficina y tuvo que volver por él. No contaba con el caos vial que se desataría y que este lo demoraría tanto tiempo. Había confiado en que Mónica lo esperaría, ya lo había hecho por más de un año. ¿Quién diría que tres malditas horas cambiarían el rumbo de su vida para siempre?
– Sue FC –