– Amor, amor, todos en este mundo merecen conocer el amor, incluso un monstruo tan feo como yo – pensaba el pequeño ratón oculto en su madriguera, mientras miraba el cielo con ilusión.
Pol, fue el único ratón del laboratorio que logró escapar, sus otros 12 hermanos no corrieron con la misma suerte, su destino era evidente, los humanos continuarían experimentando con su ADN y frágiles cuerpos a costa de sus vidas. Después de morder la mano que lo sostenía, Pol se escabulló con agilidad por debajo de la puerta y corrió como si su vida dependiera de ello, lo cual era verdad. Con algo de suerte y un tanto de torpeza cayó en una tubería, las aguas turbias la arrastraron hasta el desagüe en un pequeño lago a las afueras de la ciudad. Una vez que recuperó el aliento, continuó su camino con paso presuroso, dejando sus huellas en la tierra que pronto serían borradas con la lluvia que se aproximaba. Pasó los siguientes seis meses oculto en un agujero que probablemente antes fue el hogar de una familia de conejos silvestres, alimentándose de raíces, hojas, frutos caídos o insectos muertos, pensando si esto era todo lo que podía esperar de la vida. Si tal vez debió quedarse con sus hermanos, al menos así su vida habría tenido un propósito.
– Amor, amor, todos en este mundo merecen conocer el amor, incluso alguien tan solitaria como yo – pensaba la luna, mirando hacia la Tierra con ternura.
Era consciente de su importancia en las tareas para las que fue creada, como hacer bailar a las olas, darle estabilidad al clima y ayudar a la circulación de las estaciones, pero anhelaba con todo su corazón tener un propósito mayor.
Miraba celosa a sus hermanas en los planetas a los que fueron asignadas, risueñas y juguetonas, haciéndose compañía las unas a las otras, en cambio ella estaba sola, la mayor compañía a la que podía aspirar era a los asteroides, esos viajeros deambulantes con cientos de aventuras que contar.
– Amor, amor, todos en este mundo merecen conocer el amor, especialmente dos seres que se anhelan sin saberlo – pensaron la vida y la muerte, asintieron en mutuo acuerdo y con un mágico chasquido entrelazaron la esencia de la luna y el ratón, cumpliendo su deseo de conocer el amor.
– Sue FC –