Mientras el sol se ocultaba en el horizonte tras las gigantescas montañas púrpura, los pajarillos volvían a sus nidos y las luciérnagas se alistaban para comenzar su danza mágica de luces, Madame Bourdeu salía de su alcoba ubicada en el tercer piso del antiguo palacio, lista para iniciar su recorrido de rutina.
Sonrío con ligereza, acompañando sus pasos etéreos con los recuerdos de todos aquellos que intentaron convertirse en sus inquilinos permanentes, se sentía orgullosa de que hasta el momento ninguno lo hubiera conseguido.
Conforme recorría cada una de las inmensas habitaciones y largos pasillos, revivía sus “travesuras”, como ella les decía, aunque si se lo preguntarán a los asustados huéspedes las nombrarían con cualquier otra palabra menos travesura. Comenzaron siendo acciones inocentes, risas a media noche, chirridos similares a los de un carrusel oxidado y pasos presurosos en los corredores. Sin embargo, el aumento de la valentía de cada huésped que prosiguió al anterior, llevó a Madame Bourdeu a hacer lo mismo. Prendió fuego a las cortinas, alejaba a los roedores del veneno con el que pretendían matarlos y sustituyó los chirridos y risas por azotones y carcajadas macabras para escarmentar a los intrépidos. El resultado siempre fue el mismo: maletas empacadas y el letrero de “Se vende” en el jardín.
Los días siguieron su curso, los sustos y espantos continuaron, amedrentando a todo aquel que
ingenuamente se creyó capaz de enfrentar al miedo mismo y domar ese histórico castillo que hipnotizaba a los transeúntes con su belleza indomable.
“Que vengan”, pensaba Madame Bourdeu, después de todo ¿con qué otra cosa se puede entretener un viejo fantasma como yo?
– Sue FC –