Espejito, espejito

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Blanca siempre odio los espejos, al grado de negarse a mirarse en uno, peinándose a ciegas, confiando en su instinto para combinar su atuendo, no los usaba ni para tomarse “selfies” como el resto de sus amigas. Nunca fue por vanidad, a pesar de saberse bella, al igual que la princesa en la cual su madre se inspiró para nombrarla y cuya historia se había grabado en su memoria, el cuento que madre e hija conocían al derecho y al revés. Fue la película favorita de la primera y la pesadilla que marcaría la vida de la segunda.

Sin importar cuántas veces le explicarán que era una absurda fantasía, una de tantas invenciones de los hermanos Grimm, Blanca desarrolló una repulsión por los espejos. Ese maldito artefacto fue el único culpable de los desastres venideros, de los celos de la reina, del sueño mortal de la princesa. Que si bien era cierto que la historia terminaba con Blanca Nieves casada con el príncipe, a Blanca no le parecía un buen final, si el espejo no hubiera dicho nada, la doncella probablemente pudo tener un futuro mejor que ser una esposa trofeo.

Poseía una habilidad nata para evadirlos, era como si tuviera una alarma silenciosa que le advertía la presencia de uno justo a tiempo para que cerrara los ojos. Y aunque su madre al principio creyó que solo era una fase y pronto lo superaría, acabó por rendirse y deshacerse de todos ellos, justo después de encontrar a Blanca llena de vidrios y ella amenazara con cortarse las venas si no lo hacía. 

Pero la aberración de Blanca iba más allá del cuento infantil, se negó ir a un psicólogo que la ayudará a superar esa ridícula obsesión, sabía perfectamente de dónde provenía, también sabía que no tenía cura. Fue en su quinto cumpleaños cuando las pesadillas comenzaron, aquellas que dejarían una huella permanente en su cerebro, donde el protagonista era el famoso “espejo mágico”, donde no se veía un reflejo sino una siniestra cara cubierta de cicatrices, una cabeza flotante con voz gutural de otro mundo que le susurraba que la mataría, le arrancaría el corazón como debió haberlo hecho con la doncella de piel blanca como la nieve y labios carmín.

Nunca se lo dijo a nadie, confiaba en que se mantendría a salvo si evitaba los espejos. Tal vez debió haberlo dicho, probablemente la creerían loca, o quizá Andrea, su mejor amiga no le habría jugado una broma en la primera pijamada a la que la convenció de ir. Ella junto con otras cinco compañeras del colegio la encerraron en el ático, no sin antes haber cubierto las paredes con espejos. Sus intenciones no eran malas, deseaban ayudarla y creyeron que esa era la mejor forma. La escucharon gritar y suplicar, no para qué la dejaran salir sino para que la dejaran vivir. 

Sí, Blanca poseía esa voz de alarma que le advertía pero por primera y única ocasión le falló, solo fue un vistazo rápido, justo cuando entró con engaños a esa habitación. Cuando Andrea y el resto de las niñas finalmente abrieron la puerta, lo primero que vieron fueron los espejos rotos, todos excepto uno. Blanca por su parte estaba a la mitad del ático, tirada boca arriba, con los ojos abiertos como platos al igual que la boca deformada por el miedo y el corazón arrancado. Lo último que vieron antes de salir corriendo, fue un reflejo en el espejo, con el rostro de Blanca, sonriendo y tarareando “espejito, espejito”.

– Sue FC –

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