Las manecillas del reloj apenas se habían emparejado para indicar la media noche cuando Rilak salió de casa, sosteniendo una vieja pala en una mano y un puñado de papeles en la otra. Caminó presuroso rumbo al cementerio, necesitaba completar su misión esta noche, de lo contrario tendría que esperar hasta la próxima luna llena.
El chirrido de la verja hizo correr a un par de ratas, la más pequeña fue atrapadas fácilmente por un búho gris, si bien no le quitaba el hambre por completo al menos le serviría de aperitivo. Rilak miró por un instante a ambos animales, pensando que sería divertido darle un susto al ave con un hechizo que de paso salvaría la vida del roedor. Pero desistió apenas sus ojos miraron la luna, no tenía tiempo para juegos, necesitaba encontrarla.
Atravesó los primeros metros, pasando sobre las tumbas sin miramientos, dejando a su paso las huellas de sus pies descalzos. Sabía que nadie las vería, el viejo cementerio llevaba años sin tener visitas, tal y como lo demostraban las flores marchitas casi convertidas en polvo. Y aunque no fuese el caso tampoco le importaría, lo más probable es que la gente pensara que pertenecían a un vagabundo ebrio o loco.
No tardó mucho en encontrar la marca en la lápida que dejó la noche anterior. Liberó sus manos, dejando los papeles protegidos por una roca y sujetó la pala con ambas para iniciar su tarea. Conforme la tierra se apilaba en las afueras del enorme agujero, la esperanza se iba asomando en sus ojos, solo para desmoronarse al abrir el ataúd.
Fueron 10 tumbas las que cavó con paciencia antes de soltar el primer insulto.
– ¡Maldición! – gritó – no son los restos que busco.
Arrojó la pala, se sentó sobre un montículo de tierra y sujetó su cabeza con desesperación.
– Tengo que encontrarte – susurró – mi matrimonio depende de eso.
Miró nuevamente a la luna, suplicando en silencio ayuda a algún espíritu que aún vagara por esas tierras. No fue un ente fantasmagórico quien le respondió sino un cuervo, un enorme cuervo de ojos amarillos que soltó un graznido gutural. Lo observó con detenimiento, estaba parado en una rama de lo que algún día fue un hermoso árbol. Sus miradas se cruzaron, el ave alzó sus alas y emprendió una especie de danza en círculos para después lanzarse en picada sobre una lápida a unos cuantos metros de donde Rilak se encontraba.
El hombre se puso de pie a toda prisa, arrastrando la pala y con sus últimas fuerzas cavó. Cavó como si su vida dependiera de ello. Se detuvo cuando escuchó un golpe secó. Lanzó la pala sobre su cabeza y mientras el cuervo lo miraba, él se arrodilló para limpiar la cubierta del ataúd de madera. Lloró apenas terminó de leer el nombre escrito en ella. La había encontrado.
No tenía tiempo que perder, el tiempo amenazaba con arrastrar la luna con él y con ambos se iría su oportunidad. Abrió la tapa, sacó los restos colocándolos cuidadosamente sobre la tierra y comenzó a cantar un antiguo hechizo para invocar a los muertos.
La niebla emergió del suelo, abriéndose paso entre los restos de familiares olvidados. El viento fue prudente, respetaba la magia de la naturaleza, de las fuerzas oscuras que acudían al llamado del nigromante. El cuervo no se atrevió a moverse ni a soltar sonido alguno que perturbara aquel momento de invocación.
Rilak tenía los ojos cerrados, necesitaba toda su concentración para tener éxito, así que no se percató de la figura humanoide que comenzó a formarse frente a él. Cuando terminó la miró asombrado, se hincó e hizo una reverencia como los religiosos harían si estuvieran ante su dios. Sintió una mano acariciar su cabello, jugueteando con los mechones y revolviéndolo como si aún fuera un crío.
Solo entonces se atrevió a mirarla, no era la mujer que recordaba, después de todo no había carne ni huesos, pese a la falta de solidez podía percibir las arrugas llenas de sabiduría que siempre admiró. La mujer sonrió, Rilak supuso que ya sabía la razón por la cual estaba recurriendo a ella, así que tomó los papeles y sacó una pluma de un bolsillo interno de su chaqueta.
– Abuela, necesito tu ayuda.
Una boca se formó en alguna parte y de ella surgió un sonido gélido que a cualquier otro le habría causado un trauma de por vida. Lo que parecía ser la cabeza asintió.
– Por favor, dime ¿cuál es la receta secreta de tus enchiladas?
– Sue FC –