Dos es mi número de la suerte, o al menos es aquel que ha estado presente en los mejores momentos de mi vida. Dos, fue el número de goles que anoté en cada partido de futbol que jugué. Dos, fueron los mejores amigos que he tenido desde que era pequeño. Dos, carreras tuve que comenzar a estudiar antes de descubrir mi verdadera vocación. Dos, fueron las entrevistas que tuve antes de que me contrataran en mi primer empleo.
Y lo más importante, dos, son las veces que me he enamorado. Y no hablo de un simple papaloteo en el estómago, me refiero a amor de verdad, ese que te quita el sueño, que te impide dejar de sonreír, aquel que te motiva a levantarte y te desboca el corazón.
La primera vez fue de Sophia, una chica guapa, pero no de esas que tienes cerca y suspiras, sino de las que tienes lejos y te falta el aire. Y si, solo me tomó dos segundos saber que me había enamorado de ella. Me perdí en su mirada profunda y su sonrisa fácil. Me llevó dos meses conseguir que aceptará salir conmigo, en teoría solo sería un café y tras dos parpadeos ya estábamos conociendo a nuestros padres.
Los míos la amaron casi tan rápido como yo, su alegría contagiosa se instaló como primavera, derritiendo el frío del corazón de mis padres, rompiendo la maldición que sumía el hogar de mi infancia en una tristeza absoluta desde que mi querida hermana menor falleció hacía tanto tiempo. A mi por otra parte me llevó dos años conquistar a los suyos, que para ser honesto no los culpo. Si yo tuviera una hija como la suya tampoco aceptaría en el primer pelafustán que se apareciera por mi puerta.
Su madre siempre fue amable, aunque no dudo que a mis espaldas expresara su desconfianza. El padre por otra parte era el típico hombre rudo con aquellos ajenos a su familia, pero que se desvivía por las dos mujeres de su vida. Cabe mencionar que cuando manifesté mis intenciones de casarme con su hija tampoco me la puso fácil, le estaba robando a la princesa de su casa, pero terminó aceptando de buen agrado.
Nuestro matrimonio tuvo sus altas y bajas como todos, aunque si me lo preguntas, no recuerdo casi las peleas, probablemente fueron cosas absurdas como porque había olvidado lavar los platos o algo por el estilo. Sophia creía que el estar enojados era una pérdida de tiempo y sus molestias quedaban olvidadas más rápido las promesas de un político.
A su lado conocí la felicidad de verdad, esa de la que hablan en los libros, la que crees que solo es posible en las películas de Hollywood. Y el único dolor que sentí fue en el estómago de tanto reír. Por mucho tiempo creí que sería la única mujer de la podría enamorarme, pero dos años después de nuestra boda supe cuan equivocado estaba…
La segunda vez que me enamoré, ¿qué puedo decirte? aún no la conozco pero desde que Sophia me dijo que estaba embarazada supe que ya la quería.
– Sue FC –