Llegó el tan esperado día para muchos, pero no para Cleo, siempre fue una niña complicada, o al menos eso solían decir sus padres. El túnel de luz se abrió ante sus ojos, pero al igual que las veces anteriores se negaba a cruzarlo. “¿Qué acaso no quieres volver a ver a tus seres queridos?”, la misma pregunta se la habían hecho una y otra vez. Ella simplemente giraba la cabeza y se sumergía en su silencio. No es que no los extrañara, claro que sí, especialmente a su abuela y su deliciosa comida. Añoraba los días de antaño, cuando podía jugar en el jardín, cuando todo era más simple. La realidad es que le daba miedo cruzar, le daba miedo que sus padres no la estuvieran esperando, que su abuela ya la hubiera olvidado.
Aquí ella se sentía plena y feliz, mataba el tiempo con sus nuevas amistades y alimentaba su espíritu con nuevas aventuras, deseando que no llegara otra vez ese día, sin embargo, siempre lo hacía. Ese maldito túnel que todos esperaban con ansias, que los emocionaba hasta lo más recóndito de su alma. Lo único que ella podía hacer, era cerrar los ojos y esperar, esperar a que el tiempo pasara, se cerrara nuevamente y ella continuara con lo suyo.
Quizá esta ocasión hubiera resultado igual a las anteriores, quizá se pudo haber salido con la suya y esconderse del camino brillante, sino fuera porque un susurro traído por el viento llegó hasta sus oídos: “Desearía volver a ver mi Cleo”. Reconoció la voz melosa de su abuela, le resultaba imposible olvidarla después de tantas canciones de cuna con las que la arrulló siendo una infante. Tras hacer unos cuantos cálculos, cayó en cuenta que este era el año en que su abuela cumplía 80 años y el susurro era en realidad un deseo de cumpleaños impulsado por las velas recién apagadas. La pequeña Cleo tuvo que recurrir a su fuerza interior, aferrarse a los buenos recuerdos y con paso tembloroso cruzó el túnel de luz. Al principio se sintió perdida y desorientada, pero los pétalos naranja le devolvieron la esperanza, brillando para ella, acompañándola en su camino hasta la ofrenda que su familia le había preparado, al igual que lo había hecho desde que partió, víctima de la enfermedad que atacó sin piedad su líquido vital.
Esa noche, Cleo sonrío y derramó todas las lágrimas que calló en vida, degustó de la comida que su abuela había preparado para ella y partió de vuelta por el túnel, donde esperaría paciente a reencontrarse con sus seres queridos, esta vez de su lado.
– Sue FC –