Estaba destinado a ser un espectador, nunca un participante, mucho menos el protagonista. Sus ojos serían testigos de numerosas hazañas que pasarían a la historia, desde el pequeño filisteo que se convertiría en héroe tras derrotar al hombre de proporciones descomunales con ayuda de una pequeña piedra. Hasta los eternos amantes que se suicidaron haciendo uso de una copa con veneno y una daga.
Maldecía su existencia y de haber podido se habría quitado la vida, pero fue condenado con la inmortalidad. Vio tantas cosas, que estaba convencido de que nada podría sorprenderlo, ni escaleras que llevaran al cielo, ni cuevas misteriosas, tampoco brujas con caldero y mucho menos reyes sin corona. Pero como dicen por ahí, no hay mal que por bien no venga.
Ocurrió durante una noche pavorosa, la más fría del año, las bajas temperaturas lo hacían tiritar, entró sin ser visto a la casa más cercana que se atravesó en su camino. Ignorante de que unos ojos curiosos lo contemplaban enredado en las cortinas, cerró los ojos entregándose al sueño eterno. La maldición se había roto gracias a ese hombre imaginativo y su pluma, murió sin saber que sólo necesitaba que alguien traspasara su infinita existencia a otro lado. Sin saber que sería la inspiración de uno de los poemas más populares. Su último recuerdo, irónicamente fue el primero del que tenía conciencia, de él, rompiendo el cascarón siendo tan solo un pequeño cuervo.
– Sue FC –