El amor de mi vida

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“Siento que no funcionara, adiós”. Esas habían sido las últimas palabras que Alberto le dijo a Liz antes de cruzar el umbral de la puerta y marcharse de su vida, de su casa y de dejarla con el corazón hecho añicos. Al menos fue sincero, no como los anteriores que se excusaban tras las típicas frases como “no eres tú, soy yo” o “mereces a alguien mejor”. Una diminuta sonrisa se asomó en su cara al pensar en eso, siempre le gustó que Alberto fuera honesto, pero poco importaba, honesto o no, su objetivo al igual que el resto de sus ex novios era el mismo: abandonarla.

A lo largo de sus muchos años, Liz había ido perfeccionando su ritual de sanación para un corazón partido, comenzando por la ponerse ropa deportiva mientras las palomitas tronaban en el microondas, una vez servidas en el tazón se encaminaba a su habitación para poner una película dramática de su colección en la cuál buscaría el final feliz que tanto anhelaba.

Lloraba a moco tendido con las escenas de amor, lamentándose por el nuevo fracaso amoroso que se sumaba a su lista, repasando mentalmente en qué había fallado. Después, con un bote de helado acunado en sus brazos miraba sus redes sociales, envidiando a todas sus amigas, compañeras y conocidas que poseían la vida que ella deseaba.

Desde que era niña siempre creyó que cuando llegara a la edad en la que se encontraba actualmente tendría un par de hijos, un esposo amoroso con el que envejecería, un hogar como en el que creció: lleno de vida y risas. Quizá eso era lo que más le dolía, saber que le había fallado a la niña que fue. No importaba que tanto se esforzara en complacer a su pareja, de apapacharla, mimarla, de ser complaciente, paciente, de ceder cuando peleaban, de ser detallista y cariñosa, al final nunca era suficiente, ellos con la mano en la cintura se marchaban de su vida.

Durante los próximos días Liz repetiría el mismo ritual, palomitas, helados, películas de amor ficticio, maldiciones al celular, cajas de kleenex acumulándose en el cesto de basura y unos cuantos shots de tequila para cuando el dolor en el pecho le parecía insoportable. Repasaba cada detalle de su última relación y al terminal se pasaba a la anterior y a la anterior y así sucesivamente hasta llegar a ese primer amor en el colegio quien con toda seguridad hoy en día era felizmente casado o al menos eso decía su estado de Facebook.

En su viaje mental al pasado, recordó a Ramón, quien le había pedido matrimonio pero ella rechazó en su momento, acababan de graduarse de la universidad y ella tenía planeado un posgrado en el extranjero. Se maldijo, quizá había dejado atrás la posibilidad de ser feliz. Tal vez él era el amor de su vida y fue demasiado egoísta por querer más para si misma.

Atareada por los tragos de tequila recordó a otro exnovio que la invitó a mudarse con él a Canadá, ambos habían sido promovidos en sus respectivos empleos, ese fue el motivo de su negativa a irse, sabía lo mucho que le costó que la tomaran en serio en su oficina, tres años de trabajo contra un año de relación. Los números hablaron por si mismos, 3 a 1. Debía quedarse, le gustaban sus nuevas responsabilidades y quería seguir subiendo de puesto. Aprisiono su labio inferior entre los dientes y una nueva ola de llanto se apoderó de sus mejillas, ahora podría estar viviendo en Canadá.

Pensó en Víctor, su pareja antes de Alberto, después de dos años de relación, habían decidido al fin mudarse juntos, querían comprar una departamento en el que comenzarían su vida como familia. Ambos habían ahorrado lo suficiente para adquirirlo en conjunto y entonces la tragedia la alcanzó, uno de sus órganos colapso y requería atención urgente, sin avisar antepuso sus necesidades y gastó sus ahorros en su salud. Aquello fue la causa de la separación…

Corrió al baño, llegó justo cuando la primera arcada la sacudió, el medio litro de tequila que había ingerido esa noche reptaba por su esófago al tiempo que lo comprendía, se dejó ir y lo sacó todo, primero el líquido amarillento, después la bilis, todo acompañado de su tristeza, angustias, lamentos y arrepentimientos.

Se enderezó con un poco de esfuerzo y mientras se cepillaba los dientes para quitarse el amargo sabor de boca se miro al espejo y entonces lo vio, el amor de su vida siempre había estado ahí, velando por su bien, por su futuro, por sus sueños. Por primera vez desde que Alberto se fue sonrió, no necesitaba de una pareja a la cual adaptarse, no debía cambiar su esencia ni complacer a cualquier fulano. Siempre lo había sabido, pero por primera vez era consciente de ello, el amor propio que se profesaba a si misma era más grande e importante que cualquier cosa, ella era el amor de su vida.

– Sue FC –

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