De amores y confusiones

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Las manos de Francisco estaban sudorosas aún con los 12º grados de temperatura con los que la ciudad había amanecido, cualquier otro habría dicho que se estaban congelando pero no él, tampoco lo estarían los demás si estuvieran en su misma situación: enamorado.

Hacía solo un par de semanas que había entrado a trabajar, si es que ser becario se le puede decir trabajar, apenas y percibía un sueldo que debía estirar al máximo para cubrir sus gastos fijos, en definitiva no era suficiente, pero valía la pena soportar el sufrimiento mundano con tal de laborar en las mismas oficinas que Lupita, la causante de sus desvelos y por supuesto del sudor que se instalaba en su cuerpo e iba aumentando conforme se acercaba al mismo espacio físico que ella.

Lupita era la asistente del director comercial, cuya menuda estatura no era un impedimento para su belleza, por el contrario toda ella se comprimía en ese pequeño y esbelto cuerpo, usaba faldas poco más arriba de las rodillas y tacones de al menos 12 centímetros que le otorgaban una percepción de mayor altura, su maquillaje era ligero a diferencia de las otras asistentes que cargaban su rostro con toda clase de productos, ella solo usaba un poco de rímel y brillo en los labios, permitiendo que su naturalidad fuese su mayor atractivo.

Aunque lo que robó el corazón de Francisco no fue su apariencia física, sino su amabilidad, la sonrisa cuyo brillo debían envidiar las estrellas. Poseía una voz que en otra vida debió pertenecer a una sirena porque era tan hipnotizante que él habría saltado del edificio si ella se lo pidiese.  

Cruzo las puertas del elevador y se encaminó a su escritorio que por fortuna se encontraba justo enfrente del de Lupita, sabía que ella ya estaría ahí, su cuerpo se lo dijo, el sudor había aumentado y el estómago le daba vueltas como si estuviera en la cúspide de la montaña rusa. Estaba hecho un manojo de nervios, llevaba un par de días deseando salir con ella, invitarle unas cervezas después del trabajo, solo un par puesto que no le alcanzaría para más pero cada vez que se armaba de valor alguien interrumpía o algo sucedía que lo obligaba a mantener la boca cerrada.

Mientras la junta matutina de cada viernes se llevaba a cabo en una de las oficinas, Francisco aprovechó la ausencia de la mujer de sus sueños para repasar mentalmente cada una de sus palabras, quería sonar casual pero no indiferente, amable pero decidido. Rogaba al cielo que su edad no resultara un problema o su apariencia no le pareciera desagradable. No se consideraba un hombre feo, pero tampoco atractivo, hacía lo que podía con lo que tenía, era casi tan alto como el jefe de Lupita, con una masa muscular apropiada para su edad y complexión, se bañaba todos los días y afeitaba una vez por semana. Y aunque tuvo una que otra novia durante la universidad nunca fue de esos afortunados por los que las niñas tomaran turno para salir.

En el transcurso del día intercambió unas cuantas palabras con Lupita y mientras trataba de reunir el valor suficiente las horas siguieron avanzando presurosas como si supieran sus intenciones y trataran de arruinarle la existencia presionándolo. Consiente de que debía hacerlo antes de que el reloj diera las seis o esperar más de 48 horas para volver a intentarlo, introdujo la invitación a la conversación de forma casual, para su sorpresa Lupita accedió casi al instante, lo cual él interpretó de la mejor forma posible: a ella le gustaba también.

Fueron a un modesto bar a unas cuantas cuadras de la oficina, aún era temprano por lo que solo estaban ocupadas un par de mesas, algo que Francisco consideró como señal de buena suerte. Entre trago y trago comenzó a sentirse más cómodo y menos nervioso, era fácil platicar con Lupita, reía con sus malos chistes, le prestaba atención cuando le contaba algo personal e incluso ignoró dos veces su celular cuando este sonó. 

El par de cervezas se convirtió en seis, unas papas a la francesa y cuatro tequilas, pero eso no le importó, usaría su tarjeta de crédito para emergencias porque Lupita valía todo eso y más. Para cuando salieron del bar Francisco rebosaba confianza, estaba completamente seguro de haber captado cada una de las señales que Lupita le había mandado, las sonrisas cargadas de complicidad, la coquetería cuando se tocaba el cabello y los gritos silenciosos que le suplicaban un beso. Tal vez fue el alcohol lo que lo envalentono, tal vez fueron sus ganas de ella, tal vez un poco de ambas. Lo que era seguro es que la deseaba como nunca antes había deseado algo.

Mientras esperaban afuera a que su Uber llegara, Francisco no lo pensó dos veces y la besó, el contacto con sus labios lo volvió loco, eran cálidos, blandos, perfectos al igual que ella. Víctima de la sorpresa, Lupita lo empujó al instante, su boca articulaba ¿un sermón? ¿una disculpa? ¿una explicación? Francisco no pudo escuchar ni entender nada de lo que decía, en su mente ella le pedía más y lo retaba a que continuara, que le demostrara que en verdad la quería, así que lo intentó nuevamente, el resultado fue el mismo, el tono de voz de Lupita se elevó por los cielos, captando la mirada de unos cuantos curiosos y otros tantos que estaban por intervenir y acudir en su ayuda. 

El resto de la velada y lo que ocurrió después se volvió negro, Francisco despertó en su habitación, solo, confundido y con una jaqueca que apenas era tolerable. No recordaba mucho, pero sabía que Lupita estaba enamorada de él casi tanto como él lo estaba de ella. Las señales eran claras, no era solo amabilidad era amor, de otro modo ¿por qué aceptar ir por unas cervezas? ¿por qué permitirle pagar la cuenta? ¿por qué le sonreía todos los días? Era obvio, le gustaba solo tenía que admitirlo.

La mañana del lunes Francisco se levantó más temprano que nunca, hizo una parada en un par de tiendas antes de tomar camino a la oficina. Entró presuroso y dejó sus obsequios sobre el escritorio de Lupita, una caja de chocolates y una rosa, quería sorprenderla y demostrarle que no estaba molesto por su comportamiento del viernes. Esperaba verla para ser testigo de su felicidad pero fue llamado por su jefe para una junta de último minuto. Para cuando salió y volvió a su lugar, se llevó una terrible decepción, vio sus regalos en el cesto de basura, buscó a Lupita por todos lados para pedirle una explicación, probablemente alguien estaba tratando de sabotearlo, era de esperarse, todos los hombres seguramente también estaban enamorados de ella. 

Espero y espero, pero no hubo rastro de su amada por ningún lado, no podía concentrarse en sus encargos, solo podía pensar en ella. Finalmente la vio a través de las paredes cristalinas estaba en la oficina de su jefe con la puerta cerrada, su corazón dio un vuelco, primero de emoción, pasando a la confusión al percatarse de que estaba llorando y por último el enojo se apoderó de él. Su maldito jefe estaba regañándola, eso debía ser, quizá llegó tarde o se olvidó de meter sus gastos de viaje. Tras pensar en lo que estaba ocurriendo, una idea se formuló en su cabeza y comenzó a echar raíz, él la animaría cuando saliera, debía demostrarle que estaba para ella, para secar sus lagrimas y ofrecerle consuelo.

Para cuando la puerta se abrió, Francisco se percató de la presencia de otras dos personas en la oficina, una de ellas trabajaba en recursos humanos, no sabía su nombre pero ella conocía el suyo, ignorando toda sutileza y discreción le gritó que fuera hasta donde se encontraba. Todas las miradas se centraron en él y mientras caminaba hasta la oficina del director comercial escuchó susurros entre sus compañeros, algo andaba mal.

“Despedido” y “acoso”,  esas fueron las únicas palabras que los oídos de Francisco captaron además de las lágrimas de Lupita, estaba absorto, petrificado e incluso mudo. Las voces en su cabeza le gritaban respuestas e insultos que no era capaz de articular, sabía que se estaba cometiendo una injusticia, él solo había sido amable, atento y le ofreció a Lupita lo que pidió, pero nada de eso pudo decir. Firmó el papel que le enseñaron sin leerlo y salió de la oficina como si fuera un robot para recoger sus cosas. 

En el camino de vuelta a casa, sentado en el camión pensó en Lupita, en lo frágil y hermosa que se veía, en lo vulnerable que era y lo necesitada que estaba de un caballero protector. Recordó sus últimos pasos rumbo al elevador, cuando giró la cabeza para verla por última vez y vio una sonrisa en su rostro. Era muy pequeña, apenas perceptible para el resto, pero no para él que la conocía tan bien. Fue entonces cuando lo supo, ella había hecho que lo despidieran porque salir con un compañero de trabajo va contra las reglas, ella le quería y quería estar con él. Sonrió satisfecho esta noche iría a buscarla a su casa para continuar dónde se quedaron.

– Sue FC –

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