Clip-Clop así lo llamaban, era el caballito del carrusel favorito de todos los niños, quienes esperaban ansiosos su turno en la fila de la feria del parque. Durante décadas Clip-Clop vio con alegría a los pequeños que más tarde se convirtieron en adultos, padres que a su vez llevaban a sus hijos a conocerlo y pasar un rato ameno dando vueltas y vueltas en el juego más concurrido.
Pero, ¿qué era aquello que lo hacía tan querido?, ¿acaso eran sus brillantes colores?, ¿las divertidas figuras de su cuerpo? No, Clip-Clop poseía un don especial, algo así como un encantamiento que desataba la imaginación del jinete en turno. Apenas el infante se posaba en el dorso del caballo, por arte de magia se convertía en un vaquero cazador de recompensas, una sirena salvaje que domaba criaturas marinas, un caballero que peleaba por su honor para ganar la mano de una princesa, un indio que luchaba contra invasores defendiendo a su aldea, etc.
Lamentablemente para Clip-Clop todo en esta vida tiene fecha de caducidad, y sus horas de diversión llegaron a su fin con la llegada de la tecnología moderna, los niños dejaron de ir a visitarlo, reemplazaron sus ratos de imaginación por videojuegos, teléfonos inteligentes e incluso la televisión. Triste y abandonado, el noble corcel se fue llenando de polvo, mirando con impotencia a sus compañeros de carrusel cubrirse de óxido hasta desmoronarse y los chiquillos que jugaban con él transformarse en adultos avariciosos.
Fue entonces cuando se dio cuenta que tenía dos opciones, resignarse y esperar el mismo final que los otros caballos o tomar las riendas de su destino y marcharse. Optó por la segunda, desaparecer del carrusel que por tantos años fue su hogar. Cabalgaría libremente por los arcoíris, correteando el viento y esperando el momento en que los niños abrieran de nuevo su corazón a la creatividad, solo entonces volvería con sus dones mágicos para alimentar la imaginación.
– Sue FC –